De nuevo leí Rayuela; ya era hora. En la universidad Rayuela me descubrió, más que yo a ella, me leí en sus personajes, me sentí parte del club de la serpiente, y entendí que era una tonta ignorante ante sus citas y divagaciones intelectuales; fue una puerta abierta para buscar nuevas lecturas, nueva música, nueva filosofía, vieja en realidad, pero nueva para mi.
Ahora a mis 40 y tantos pude saborear la novela de una forma diferente, antes la trama me hipnotizó, pero ahora pude regocijarme en sus costuras, admirar como Cortazar tuvo el valor de jugar: con la estructura, con las palabras, con el tiempo, con el narrador, y hasta conmigo.
Descubrí en el escritor Morelli a un Cortazar metido en su propia novela tratando de demostrarnos cuales fueron sus motivaciones para confeccionar este lío.
Aprendí que Rayuela no solo es una contra novela porque quiere ser opuesta a la estructura tradicional, sino que es contra novela, porque nos narra una contra vida, la vida de Oliveira, que es lo opuesto al verbo vivir, al hacer, al decidir.
Encontré que Cortazar era un cubista igual que Picasso, descomponiendo la literatura, desordenando sus elementos y luego plasmándolos para que el lector busque su propia interpretación.
Sentí ganas de jugar al cementerio/ diccionario, y preguntarme porqué arbitrariamente las palabras son asignadas a las cosas y viceversa.
Comprendí que el mundo está pasando de ser binario a ser analógico y entendí porqué tanto malestar, porqué tanto “lo que éramos antes y lo que somos ahora”, y es que esa forma analógica es difícil de asimilar.
Me encontré y me descubrí otra vez en Rayuela…
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